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NO ES NUESTRO MENÚ

Falsas soluciones al hambre
y la desnutrición

Los alimentos son nuestro sustento, pero las personas estamos muy desconectadas de ellos. En cambio, estamos atrapadas en la ilusión de que tenemos la libertad de comprar y consumir productos que supuestamente queremos y necesitamos, pero de los que sabemos poco.

LOS SISTEMAS ALIMENTARIOS DOMINANTES Y SUS RACIONES DE INJUSTICIA

Si alguien le preguntara espontáneamente de dónde vienen los alimentos que usted come, ¿sabría responder? ¿Sabe quién los cultiva y cómo? ¿Cuáles son los pasos que se dan y los ingredientes que se utilizan para convertir sus alimentos en comida? ¿Cómo llegan los alimentos a los mercados y a las tiendas antes de llegar a su plato?

Es un poco irónico que mientras que nuestra dieta influye en gran medida en nuestra salud y bienestar, no sepamos mucho sobre los alimentos que ingerimos.

Mientras que la mayoría de las personas podemos tomar fácilmente decisiones sobre nuestra vida personal –por ejemplo, cómo nos queremos vestir, quiénes son nuestras amistades o a dónde queremos ir—, rara vez nos tomamos el tiempo necesario cuando se trata de elegir los alimentos que pueden mantener y mejorar nuestra salud y prolongar nuestra vida.

Los alimentos son nuestro sustento, pero las personas estamos muy desconectadas de ellos. En cambio, estamos atrapadas en la ilusión de que tenemos la libertad de comprar y consumir productos que supuestamente queremos y necesitamos, pero de los que sabemos poco.

Nuestra propuesta es que aprendamos un poco más sobre el sistema alimentario actual: cómo funciona, por qué funciona de la manera en que lo hace, y cómo crea raciones de injusticia, ya que presiona por un crecimiento económico infinito en un planeta con recursos finitos.

Los platos de injusticia

Nuestra visión de la transformación de los sistemas alimentarios

Antes de llegar a nuestro plato, los alimentos que consumimos agravan el hambre, provocan enfermedades, privan y explotan a las personas y destruyen el planeta. ¿Hay formas de salir del sistema alimentario dominante que causa estos problemas? ¿Existen alternativas?

A continuación presentamos cinco principios para la transformación de los sistemas alimentarios que pueden guiarnos sobre cómo podemos reconectar con la naturaleza y comer sin devorar nuestro planeta.

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En primer lugar, la protección y la regeneración de la naturaleza deben estar en el centro de este cambio de los sistemas alimentarios.

La naturaleza es la más sabia, por lo que no debemos alterar o ir en contra de su proceso de reposición o renovación. Una forma de hacerlo es a través de la agroecología. Esto significa que las explotaciones agrícolas dejarán de ser tratadas como meros recursos de la tierra, sino que se gestionarán como un ecosistema: un cuerpo vivo formado por una comunidad de organismos, plantas y animales que coexisten armoniosamente con el suelo, el agua, el sol y el aire.

Los sistemas alimentarios anclados en la agroecología también deben impulsar la justicia social y la soberanía alimentaria, es decir, el derecho de los pueblos a determinar lo que comen y cómo deben producirse los alimentos. Asimismo, deben respetar y defender los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas a sus tierras, dominios ancestrales, bosques, pastos y territorios acuáticos y costeros.

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En segundo lugar, los sistemas alimentarios deben garantizar nuestra salud y bienestar asegurando la salud de nuestro planeta en su conjunto.

Las personas solo podemos estar sanas si nuestros alimentos son sanos, y nuestros alimentos solo pueden ser sanos si el suelo donde crecen también lo es. El suelo solo puede ser fértil y proporcionar nutrientes esenciales a las plantas si es biológicamente diverso. Esto significa que el suelo debe albergar una gran cantidad de especies y microorganismos y acoger diferentes tipos de cultivos. Los alimentos locales diversificados cultivados en suelos sanos deben reforzarse como base de dietas saludables y sostenibles, compuestas por alimentos frescos, preparados en casa y mínimamente procesados.

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En tercer lugar, los modos de producción, empleo e intercambio en el marco de los sistemas alimentarios transformados deben estar en consonancia con los derechos humanos.

Todas las personas que trabajan en el sistema alimentario, las comunidades campesinas y quienes se dedican a la producción a pequeña escala deben contar con condiciones de trabajo adecuadas. Los alimentos cultivados o producidos explotando y marginando a quienes los elaboran no pueden ser sostenibles ni saludables. Los pesticidas y otras sustancias tóxicas utilizadas en los sistemas alimentarios deben ser eliminados. Hay que apoyar los mercados locales y territoriales, así como las iniciativas comunitarias y solidarias de producción e intercambio de alimentos. El trabajo de cuidado, como cocinar, alimentar, amamantar y cuidar a los miembros de la familia, así como las formas no vivas (por ejemplo, las semillas, las aves de corral, el ganado, el pescado y la flora) debe redistribuirse entre mujeres y hombres.

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En cuarto lugar, la transformación debe abordar las dimensiones de la cultura y el conocimiento en torno a la alimentación.

La riqueza de los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas y de las comunidades locales y de producción de alimentos a pequeña escala debe ser preservada y mantenida a través del diálogo. Es imprescindible la democratización del conocimiento. Esto significa que el conocimiento no debe ser privatizado bajo los derechos de propiedad intelectual. La investigación debe estar libre de conflictos de intereses y basada en la co-construcción del conocimiento en lugar de colocar el conocimiento científico por encima de otras formas de conocimiento. Niños, niñas y jóvenes deben reconectarse con la naturaleza a través de las formas tradicionales de producción de alimentos y la cultura culinaria.

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En quinto lugar, nosotros y nosotras –las personas— debemos dirigir la transformación de los sistemas alimentarios.

El derecho humano a una alimentación adecuada y a la nutrición está en el centro de la gobernanza de nuestros sistemas alimentarios. Todas las decisiones y acciones de los gobiernos en los sistemas alimentarios deben ser transparentes. Deben existir mecanismos claros, a través de los cuales los Estados puedan rendir cuentas, y las empresas o sus proyectos filantrópicos que perjudiquen el derecho a la alimentación y la nutrición puedan ser considerados responsables. Las políticas públicas deben respetar, proteger y cumplir los derechos humanos de todas las personas en los sistemas alimentarios. No deben ser las empresas sino las personas –especialmente las que alimentan al mundo y sufren más hambre y malnutrición— las que estén en el centro de todas las decisiones públicas.

Llamada a la acción –
 

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Llamada a la acción –
 

Unámonos, organicémonos e instiguemos el cambio en el sistema alimentario dominante “desde la base”.

Podemos conseguirlo de la siguiente manera:

  • Participando en acciones cívicas colectivas que hagan campaña por el derecho de las personas a la alimentación y la nutrición.
  • Pidiendo a nuestros gobiernos que protejan los espacios de las políticas públicas de la influencia de las empresas para garantizar la participación significativa de las comunidades de producción de alimentos a pequeña escala y otros grupos más afectados por el hambre y la malnutrición.
  • Instando a nuestros gobiernos a establecer políticas y otras medidas que apoyen y protejan los sistemas alimentarios locales que sostienen la naturaleza, contribuyen a la salud de las personas y fomentan la justicia social.
  • Apoyando las redes alimentarias alternativas, como la agricultura/pesca de apoyo comunitario, las cooperativas y las tiendas de productos agrícolas, que crean espacios e impulsan la transición hacia sistemas alimentarios sostenibles y más justos.
  • Vinculando el activismo por los derechos alimentarios a los movimientos políticos y sociales que reivindican y trabajan para transformar el actual sistema económico impulsado por el lucro.