Una información que no aparece en las etiquetas de los productos es que los monocultivos producidos en masa empobrecen el suelo al eliminar sus nutrientes y al debilitar su capacidad para mantener un crecimiento saludable de las plantas. Fatigado y agotado, el suelo tiene que ser continuamente bombardeado con fertilizantes químicos y pesticidas para mantener un alto rendimiento.
La fuerte dependencia de estos agrotóxicos en los monocultivos no solo afecta al suelo y a los cultivos que crecen en él. Los agrotóxicos también contaminan el aire que respiramos, se filtran en el suelo, contaminan el agua que bebemos y envenenan los acuíferos, los arroyos, los lagos y los ríos, de donde obtenemos nuestros alimentos.
Estas mismas masas de agua también se agotan cuando se utilizan para regar los sedientos monocultivos que se cultivan en las plantaciones, donde se pierde una importante capa de tierra vegetal para retener el agua debido a la labranza mecánica. Esto, a su vez, amenaza ecosistemas frágiles como los humedales que albergan una amplia gama de especies de fauna y flora que dependen de estas masas de agua para sobrevivir.
Los trabajadores y las trabajadoras, sus familias y las comunidades locales, que están muy expuestas a los agrotóxicos utilizados en la agricultura industrial, también se ven empobrecidas, explotadas y amenazadas por este sistema alimentario.
Por ejemplo, en Brasil, los plaguicidas rociados en millones de hectáreas de tierra, en su mayoría plantadas con monocultivos (como la soja), han provocado numerosos casos de muertes y enfermedades.
Por último, todas las personas estamos expuestas a alimentos y bebidas con residuos de plaguicidas.