Desde la década de 1970, las empresas han fusionado sus negocios y/o han adquirido otros nuevos. Por ejemplo, en el elemento de producción primaria de alimentos del sistema alimentario, las empresas de semillas más grandes han comprado empresas de semillas más pequeñas; las grandes empresas químicas han adquirido empresas de semillas; los gigantes de las semillas y los productos químicos han invertido en biotecnología agrícola; las empresas farmacéuticas y químicas se han fusionado y han creado empresas químicas agrícolas como sus filiales.
La consolidación también se ha producido en otros ámbitos del sistema alimentario, como en el procesamiento de alimentos y en los mercados y compras. Estas fusiones y adquisiciones han reducido el número de actores en el sector y han acabado por concentrar el poder en manos de unas pocas pero muy poderosas empresas transnacionales.
Debemos preguntarnos: ¿Qué ha creado estas condiciones para que las empresas aumenten su poder en primer lugar? ¿Y qué repercusiones tiene?
El mayor control sobre las semillas comerciales por parte de unos pocos gigantes de la industria, por ejemplo, compromete los derechos de las comunidades campesinas y otras personas que trabajan en las zonas rurales a conservar, utilizar, intercambiar, mantener y desarrollar sus propias semillas, cultivos y recursos genéticos, así como su derecho a decidir qué cultivos sembrar.
Debido a su creciente tamaño y poder en los sistemas alimentarios, las empresas se consideran cada vez más como contrapartes importantes para la transformación de los sistemas alimentarios. A través de las denominadas plataformas multipartitas o asociaciones público-privadas, los gobiernos invitan a las empresas a sentarse a la mesa de elaboración de políticas para desarrollar soluciones a los problemas de los que son en gran medida responsables.
¿Cómo podemos recuperar el poder para poder tomar decisiones sobre nuestros sistemas alimentarios?